Hace muchos años leí en una revista un artículo que hablaba sobre la poca capacidad de admiración que tenemos y recuerdo que me marcó profundamente. Nos acostumbramos a la tecnología que nos rodea, a la cama en donde nos acostamos, al cepillo de dientes que usamos, a la televisión que vemos y nos olvidamos que esos inventos tomaron años en ser diseñados, fueron producto de días y días de trabajo, de esfuerzo y de dedicación por algún ser olvidado.
Nos acostumbramos a ver la vida y su naturaleza marchar de manera autónoma, nos acostumbramos a la cotidianeidad, a ver al piso, pero pocas veces al cielo. Nos creemos únicos y enormes en este mundo y nuestros problemas nos agobian hasta desfallecer. O por el contrario todos nos parece tan banal e irrelevante y sólo vamos por la vida sin analizar, sin parar, por inercia.
Es por eso que cuando me siento agobiada, sin esperanza o deprimida veo fotografías del espacio,me asomo por la ventana y veo el cielo y la naturaleza. Todo aquello que siempre ha estado ahí pero que ignoramos porque estamos demasiado ocupados pensando en conflictos que comparados con esas maravillas resultan simples, resultan pequeños.
Nos preocupamos y no tomamos consciencia de que sólo somos polvo de estrellas y que lo que nos rodea nos supera por mucho y que quizá simplemente sólo somos celulas de otro ser vivo que quizá vivirá agobiado sin ver la grandeza que está a su alrededor.
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