El otro día cometí una infracción. Me estacioné en un lugar privado o exclusivo pensando en que no me tardaría nada en el lugar al que iba, lo hice con un poco de confianza ya que el lugar exclusivo era de una agencia de autos con mucho espacio para estacionarse y en donde además no se para ni un alma. Estacioné mi auto justo en el límite con el edificio contiguo y me bajé rápidamente a dejar unos documentos a otras oficinas cercanas.
Lo que nunca me imaginé es que me tendrían esperando más de lo que calculé y cuando salí mi auto no estaba. No me asusté tanto pues sabía que no había sido robado, así que sólo atiné a hablarle a mi mamá y a un amigo para que me ayudaran y fueran por mí para ir a buscarlo a tránsito. Media hora después ya estábamos en la comandancia y afortunadamente mi carro estaba ahí, ahora lo tedioso sería esperar a que se cumpliera todo el papeleo de la multa y el desafortunado pago.
Yo pensé que eso sería lo más extraordinario que me pasaría ese día pero lo verdaderamente fuera de lo común vendría después. Mientras mi mamá y yo esperábamos a que los encargados de Tránsito hicieran la documentación salimos un momento a la calle y mi mamá cruzó a una tienda para comprar unos jugos y hacer tiempo. Yo me quedé esperando al otro lado de la calle. De repente vi cómo mi mamá conversaba con dos niñas que pasaban por fuera de la tienda. Una de ellas, la mayor, tendría aproximadamente once años, era regordeta y con el cabello oscuro; la pequeña rondaba entre los seis y siete años de edad y era muy menudita, delgadita y frágil y lloraba sin parar mientras la mayor la sostenía fuertemente del brazo.
Yo veía que mi mamá y las niñas hablaban pero entre el barullo de los autos y la distancia no alcanzaba a escuchar nada, hasta que vi que mi mamá les hizo la señal de que la siguieran y cruzaron junto con ella la calle. Cuando llegaron al otro lado pregunté qué cuál era el problema. La mayor notablemente agitada decía que la niña más pequeña, que venía con el uniforme de un colegio cercano, la había querido acompañar, que ambas salieron de la escuela pero que ella iba a su casa y la niña insistió en irse con ella. Lo extraño es que la pequeña no parecía estar ahí por voluntad propia y trataba de zafarse del brazo de la niña mayor llorando y diciéndole que era una mentirosa. En ese momento vi más detenidamente a la niña más chica y noté que tenía golpes en la cara, rasguños y la mayor nos decía el nombre de un hotel, decía que la estaban esperando ahí pero que no sabía en dónde quedaba.
Obviamente yo le dije a la niña mayor que era claro que la pequeña estaba siendo llevada a la fuerza y que mejor fuéramos con la policía para que regresaran a la niña a la escuela. La mayor dijo que ella mejor se iba, que quedaba cerca su casa y se fue corriendo, yo le grité que se podía perder, que ella también era una niña pero me ignoró y se perdió entre la gente.
En ese momento entramos a la comandancia y contamos lo que había pasado a la policía, y nos tuvieron ahí pidiendo referencias y la descripción de la niña, incluso acompañé a unos agentes a buscarla por calles aledañas y al mismo colegio, los policías nos dijeron que debido a que la niña preguntaba por un hotel lo más seguro es que había sido guiada por algún adulto para sacar a la más pequeña del colegio y llevarla ahí, refirieron que el crimen organizado cada vez es más astuto para llevar a cabo los secuestros y utilizan a personas poco amenazantes como niños y ancianos para facilitarse la tarea. Nos dijeron que con nuestro acto habíamos impedido que la niña fuera lastimada, nos dieron las gracias por haber rescatado a la menor mientras la pequeña les decía entre sollozos a los policías que nosotras la habíamos salvado de la niña mala.
Creo que a mi me cayó el veinte de la dimensión del suceso hasta que llegó la mamá de la niña llorando y súper angustiada, sentí escalofríos cuando abrazó a la niña y lloraba de manera inconsolable mientras entre lágrimas nos agradecía lo que habíamos hecho.
Al final, no supimos el paradero de la niña más grande, cosa que me dejó un tanto preocupada porque después de todo era una niña que guiada por un adulto o no, me pareció una tristeza que ya esté metida en tantos problemas siendo tan pequeña. Uno de los agentes nos dijo que no pagaríamos nada de multa por lo que habíamos hecho y al final regresamos a casa después de toda la aventura.
Moraleja: Definitivamente nunca sabes lo que te va a pasar y lo que vas a vivir cada vez que amanece pero sobre todo la moraleja más importante de esta historia sería que hay que preocuparse por los demás y tratar de ayudar cuando veas que alguien está en problemas. En esta época y a medida que las ciudades se van haciendo más grandes nos vamos volviendo más insensibles y con tal de no meternos en un lío hacemos como que no vemos ni escuchamos nada, y eso no está bien y sobre todo cuando se trata de niños, cuántas veces vemos que algún niño está siendo maltratado en la calle, o escuchamos que el vecino le grita a sus hijos groserías y no hacemos nada, quién sabe, quizá denunciando después puedan obtener un premio, como yo que me libré de una multa pero sobre todo me gané el premio de quedarme con la tranquilidad y la satisfacción de que esa niña tan frágil no fue lastimada y ese día durmió segura con su familia.
Ah, y por supuesto que jamás volveré a estacionarme en un lugar exclusivo, ni siquiera por un momento, aprendí mi lección.
...si no hubieras cometido la infracción no habrían salvado a la niña.
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